
Guy Maddin forma parte de ese selecto club de directores cuyas películas son fácilmente reconocibles. Tienen un estilo tan característico que solo viendo un fotograma suyo se puede afirmar sin temor a equivocarse que dicha cinta es de ese director. Por eso mismo, la proyección de su nueva película, The Forbidden Room, en el Festival de cine de autor de Barcelona fue motivo de celebración para los amantes del séptimo arte residentes en la ciudad condal, entre los cuales me incluyo, ya que visionar una película de Maddin en una sala de cine supone toda una experiencia.
Esta afirmación se basa en que gozar del estilo y de la capacidad visual de una película del de Winnipeg es una de las experiencias más cercanas a tomar estupefacientes. Es muy fácil entrar en la atmósfera de sus películas, y cuando lo haces, ya no puedes salir. Lo más curioso es que, para eso, Maddin hace una reconstrucción de la estética del cine mudo y lo combina con elementos oníricos, y, por qué no, absurdos.

En la cinta que nos ocupa, Maddin nos lleva hasta una tripulación de marineros que le sirve de excusa para adentrarse dentro de su propio argumento, historia tras historia, recurso que hace que nos perdamos entre sus capas argumentales. Francamente, ni siquiera nos debería importar su línea argumental. Lo importante es dejar ir a nuestro cerebro, adentrarnos en ese mundo onírico que presenta el canadiense, saborear la fantástica atmósfera que prepara el director.
La película va intercalando escenas en las que un hombre de avanzada edad nos explica detalladamente cómo hemos de darnos un baño, y precisamente, las instrucciones para hacerlo deberían coincidir con lo que hay que hacer para ver esta película: relajarse y disfrutar.
La extravagancia de la película hace que caigamos rendidos ante ella. Su disfrute es muy sencillo, porque ni siquiera hay que pensar. Solo hay que ser abierto de mente. Hay que percibir esas sobreactuaciones tan marcadas como necesarias para la creación de la atmósfera. Hay que dejarse llevar por ese montaje, que contribuye a el efecto estupefaciente anteriormente mencionado. Es una película que hay que sentir, y no pensar.
En conclusión, esta bizarra obra, llena de detalles, te hace alcanzar un estado de hipnosis y semi-inconsciencia que hace de su visionado una auténtica experiencia. Es, sin duda, uno de los must-watch del año.
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