"Canino": La falacia rota


¿Qué son un balón, un perro y un niño? No, no se trata de una fábula, ni de otra película de Spielberg. 

Son palabras, simples caracteres diseñados  para representar conceptos que, de entrada, son universales para todos. Pero, ¿qué pasa cuando nos vemos condicionados, desde la misma salida del útero materno, a no sólo a nombrarlos de determinada forma, sino a significarlos, a verlos a través de un nuevo filtro? Pasa que el mismo tejido del mundo cambia, y dónde antes sobrevolaban el cielo grandes naves ahora éstas son meros juguetes en manos de críos.

¿Y si no existiesen esos “filtros”? Pues lo más posible es que la misma mente del individuo cree los propios, porque no hay criatura que pueda escapar de sí misma.

De esta premisa parte Canino, mi primer acercamiento al cine de Giorgos Lanthimos, y cuya trama se desenvuelve en el seno de una familia apartada de la sociedad. En ella, coexisten una madre de carácter poco sólido, un padre que desempeña un rol más bien de entrenador y proveedor, y tres hermanos adolescentes, ignorantes del mundo exterior.

Lo más destacable es la atmósfera agobiante que nos acompaña durante todo el visionado. Totalmente falta de banda sonora que la armonice, hace que los silencios y las palabras quedas nos resulten incómodas, y ese malestar se suma a la certeza de que va a ocurrir una catástrofe. Nada más lejos de la verdad.

La historia se sucede sin grandes imprevistos ni giros de guión, quizás lo que le exigiría a una película cuya gran baza radicaba en impresionar.  Su mayor logro es que alcancemos cierto nivel de empatía con los miembros de la familia, y es algo que no le sucederá a todos los espectadores. Los personajes están más o menos desdibujados por un carácter frío y apático que, en verdad, le sienta bien a esta película, pero que no permite llegar más allá de lo que se nos muestra en pantalla.

En definitiva, Canino es un ejercicio estético de calidad que no se desvía del objetivo de su creador, que es poner delante de nuestros ojos las falacias que arrastramos desde el nacimiento. Y, al final, deja una incógnita: ¿Si tuvieses conciencia en el momento de tu concepción, si estuvieses refugiado en tu caja cerrada, tu "útero", entre oscuridad e ignorancia, saldrías al exterior?

Ésa es la gran falacia, la que empieza en nosotros.



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