¿Qué son un balón, un perro y un niño? No, no se trata de una fábula, ni de otra película de
Spielberg.
Son palabras, simples caracteres diseñados para representar conceptos que, de entrada,
son universales para todos. Pero, ¿qué pasa cuando nos vemos condicionados,
desde la misma salida del útero materno, a no sólo a nombrarlos de determinada
forma, sino a significarlos, a verlos a través de un nuevo filtro? Pasa que el
mismo tejido del mundo cambia, y dónde antes sobrevolaban el cielo grandes
naves ahora éstas son meros juguetes en manos de críos.
¿Y si no existiesen esos “filtros”? Pues lo más posible es
que la misma mente del individuo cree los propios, porque no hay criatura que
pueda escapar de sí misma.

Lo más destacable es la atmósfera agobiante que nos acompaña
durante todo el visionado. Totalmente falta de banda sonora que la armonice,
hace que los silencios y las palabras quedas nos resulten incómodas, y ese
malestar se suma a la certeza de que va a ocurrir una catástrofe. Nada más
lejos de la verdad.
La historia se sucede sin grandes imprevistos
ni giros de guión, quizás lo que le exigiría a una película cuya gran baza
radicaba en impresionar. Su mayor logro
es que alcancemos cierto nivel de empatía con los miembros de la familia, y es
algo que no le sucederá a todos los espectadores. Los personajes están más o
menos desdibujados por un carácter frío y apático que, en verdad, le sienta
bien a esta película, pero que no permite llegar más allá de lo que se nos
muestra en pantalla.
En definitiva, Canino es un ejercicio estético de calidad que
no se desvía del objetivo de su creador, que es poner delante de nuestros ojos
las falacias que arrastramos desde el nacimiento. Y, al final, deja una
incógnita: ¿Si tuvieses conciencia en el momento de tu concepción, si
estuvieses refugiado en tu caja cerrada, tu "útero", entre oscuridad e ignorancia, saldrías al exterior?
Ésa es la gran falacia, la que empieza en nosotros.
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