Escribir sobre Ingmar Bergman no debe
resultar una tarea fácil para ningún crítico cinematográfico, hablar sobre Fresas salvajes requiere de aun mayor
complejidad y redactar una crítica siendo un cinéfilo joven en edad y películas
vistas termina fácilmente en la redundancia. Ocurre que en mi caso se juntan
estos tres hándicaps, sin embargo la necesidad de mostrar mi opinión sobre la
obra supera el miedo que me causan.
La primera vez que vi Fresas salvajes fue hará unos seis meses
y parece mentira cómo crece el ojo del espectador conforme ve más películas. Por
aquel entonces yo venía de una sequia fílmica importante y decidí que para
volver al ruedo lo mejor era Bergman empezando por la película de la que aquí hablo,
visto ahora sé que fue una de las peores elecciones que podía tomar.
Hasta que no le diera la revisión que
se merecía la recordaba como una película torpe y envejecida. Desde el momento
en que le di al play por segunda vez iba notando lo equivocado que estaba.
La escena del sueño que tiene lugar en los primeros minutos había pasado de
considerarla algo cutre a una de las mejores secuencias que he visto. Según iba
avanzando el reproductor a una velocidad más rápida de la que creía todos mis
recuerdos estaban cambiando.
En películas como esta es donde un director muestra su capacidad
de crear cine, pues mover al espectador entre sueños y relatos con la facilidad
que Bergman consigue no debe de ser un trabajo fácil. Caí atrapado en su universo
como pocas veces había caído.

Mi deseo sería que el universo del sueco de Uppsala fuera
un lugar parecido al de otros cineastas donde se nos emociona a través de
evocar sentimientos como la infancia o el amor. Maldito Bergman que a quien
conecta con su cine le espera la entrada a un mundo incomodo y profundo donde
nuestros miedos mas ocultos salen a la luz.
En este caso, es del personaje interpretado por Victor
Sjöström, Isak Borg (parece ser que el nombre proviene del parecido que tiene
en la lengua sueca Isak con hielo y Borg con castillo), con quien muchos
espectadores nos sentimos identificados. Sus miedos a la soledad, la muerte o
el olvido son los nuestros y la nostalgia por el pasado nos ataca por igual.
Antes de terminar la crítica no quisiera olvidar el trabajo en el apartado de fotografía que hace Gunnar Fischer sin el que los recuerdos de Isak Borg no resultarían tan reales.
Antes de terminar la crítica no quisiera olvidar el trabajo en el apartado de fotografía que hace Gunnar Fischer sin el que los recuerdos de Isak Borg no resultarían tan reales.
Con todo, no puedo dejar de admirar el trabajo de Ingmar
Bergman en esta y otras tantas obras maestras que ha dejado al cine a pesar de
lo mal que pasa la noche uno tras ver una de sus películas.
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